En el sitio de destino ya estaba enarbolado el trapecio mucho antes de su llegada, cuando todavía no se habían cerrado las tablas ni colocado las puertas. Y el empresario, alarmado, creyó ver en aquel sueño, aparentemente tranquilo, en que habían terminado los lloros, comenzar a dibujarse la primera arruga en la lisa frente infantil del artista del trapecio. Recibe gratis un cuento clásico semanal. En cambio, él no estaba tranquilo; con grave preocupación espiaba, ahurtadillas, por encima del libro, al trapecista. Además, allá arriba el ambiente era saludable y cuando en la época de calor se abrían las ventanas laterales que rodeaban la cúpula y el sol y el aire inundaban el salón en penumbras, la vista era hermosa. Pero el instante más feliz en la vida del empresario era aquel en que el trapecista apoyaba el pie en la escalerilla de cuerdas y trepaba a su trapecio, en un abrir y cerrar de ojos. —sollozó el trapecista, después de escuchar las preguntas y las palabras afectuosas del empresario. Además era sabido que no vivía así por capricho y que sólo de aquella manera podía estar siempre entrenado y conservar la extrema perfección de su arte. Así pudo el empresario tranquilizar al artista e instalarse nuevamente en su rincón. Todas sus necesidades, por cierto muy moderadas, eran satisfechas por criados que se turnaban y aguardaban abajo. El empresario, profundamente conmovido, se levantó de un salto y le preguntó qué le ocurría, y como no recibiera ninguna respuesta, se subió al asiento, lo acarició y abrazó y estrechó su rostro contra el suyo, hasta sentir las lágrimas en su piel. Otras veces eran los obreros que reparaban el techo, los que cambiaban algunas palabras con él, por una de las claraboyas o el electricista que revisaba las conexiones de luz en la galería más alta, que le gritaba alguna palabra respetuosa aunque no demasiado inteligible. En el tren se reservaba siempre un compartimiento para él solo, en el que encontraba, arriba en la red de los equipajes, una sustitución aunque pobre, de su habitual manera de vivir. El empresario accedió sin vacilaciones. De esta manera de vivir no se deducían para el trapecista dificultades con el resto del mundo. Dos trapecios, uno frente a otro. Sólo resultaba un poco molesto durante los demás números del programa, porque como no se podía ocultar que se había quedado allá arriba, aunque permanecía quieto, siempre alguna mirada del público se desviaba hacia él. Luego le agradeció el haberle hecho advertir aquella imperdonable omisión. Cierto es que el empresario cuidaba de que este sufrimiento no se prolongara innecesariamente. Le prometió que en la primera estación de parada telegrafiaría al lugar de destino para que instalaran inmediatamente el segundo trapecio y se reprochó duramente su desconsideración por haberlo dejado trabajar durante tanto tiempo, en un solo trapecio. En el tren, estaba dispuesto un departamento para él solo, en donde encontraba, arriba, en la redecilla de los equipajes, una sustitución mezquina -pero en algún modo equivalente- de su manera de vivir. Un artista del trapecio -como se sabe, ... El trapecista salía para la estación en un automóvil de carreras que corría, a la madrugada, por las calles desiertas, con la velocidad máxima; demasiado lenta, sin embargo, para su nostalgia del trapecio. Como no recibiera respuesta, trepó al asiento, lo acarició y apoyó el rostro contra la mejilla del atribulado artista, cuyas lágrimas humedecieron su piel. Franz Kafka . Su permanencia arriba sólo resultaba un poco molesta mientras se desarrollaban los demás números del programa, porque como no se la podía disimular, aunque estuviera sin moverse, nunca faltaba alguien en el público que desviara la mirada hacia él. Cuando, en los días cálidos del verano, se abrían las ventanas laterales que corrían alrededor de la cúpula y el sol y el aire irrumpían en el ámbito crepuscular del circo, era hasta bello. Pero como si quisiera demostrar que la aceptación del empresario era tan intrascendente como su oposición, el trapecista añadió que nunca más, bajo ninguna circunstancia, volvería a trabajar con un solo trapecio. Mordiéndose los labios, dijo que en adelante necesitaría para vivir dos trapecios, en lugar de uno como hasta entonces. Si por causas tan pequeñas se deprimía tanto, ¿desaparecerían sus tormentos? Sin duda, dos trapecios serían mejor que uno solo. De tanto en tanto trepaba por la escalerilla de cuerdas algún colega y se sentaba a su lado en el trapecio. ¿No seguirían aumentando día por día? Después de muchas preguntas y palabras cariñosas, el trapecista exclamó, sollozando: -Sólo con una barra en las manos, ¡cómo podría yo vivir! El artista del trapecio podría haber seguido viviendo así con toda la tranquilidad, a no ser por los inevitables viajes de pueblo en pueblo, que le resultaban en extremo molestos. Franz Kafka es un escritor de nacionalidad Checa nacido el 3 de julio de 1883 en Austria, se especializo en leyes y ejerció un cargo acorde con su profesión, pero por cuestiones de salud se vio obligado a retirarse de su cargo y se dedicó por un tiempo a la literatura hasta su muerte el 3 de junio de 1924. Al empresario le resultó ahora más fácil consolarlo. Y el empresario creyó distinguir —en aquel sueño aparentemente tranquilo en el que había desembocado el llanto— las primeras arrugas que comenzaban a insinuarse en la frente infantil y tersa del artista del trapecio. Por otra parte la nueva instalación ofrecía grandes ventajas, el número resultaría más variado y vistoso. Parecía estremecerse ante la idea de tener que hacerlo en alguna ocasión. Primer dolor. Todos los derechos reservados. Se llama Helena como la princesa troyana cuya belleza fatal inspiró la más delirante guerra de todos los tiempos. Pero aquella velocidad era siempre demasiado lenta para su nostalgia del trapecio. El protagonista es un trapecista que vive solo para su arte y … A no ser entonces, estaba siempre solitario. Pero el artista se echó a llorar de pronto. Pero, de pronto, el trapecista rompió a llorar. En una oportunidad en que viajaban, el artista tendido en la red, sumido en sus ensueños, y el empresario sentado junto a la ventanilla, leyendo un libro, el trapecista comenzó a hablarle en voz apenas audible. Por supuesto, el trato humano de aquel trapecista estaba muy limitado. Uno se apoyaba en la cuerda de la derecha, otro en la de la izquierda, y así conversaban durante un buen rato. Un melancólico y sugerente cuento de Kafka sobre la insatisfacción humana y sobre el paso a la edad adulta. Originalmente publicado en la revista Genius (enero de 1923), Amélie Nothomb, cuando escribir es sinónimo de fabricar, De novela africana y voces afrodescendientes: un diálogo literario con Donato Ndongo, El arroz con leche: una tradición en Latinoamérica, Juancho, Maño y Eudes, tres héroes del folclor que tomaron un vuelo de dolor, Los diez poemas más conmovedores de Miguel Hernández, Las Pilanderas, entre lo paródico y el travestismo. Una de las razones que esgrime el editor Fernando Jaramillo, reconocido gabólogo, para afirmar que el prólogo que supuestamente escri... Hace muchos años conozco el nombre de la escritora belga y radicada en París, Amélie Nothomb (1966), pero nunca había sentido deseo... Mariana Ossa, nacida en Pereira (Colombia), trabaja en su primer libro de poemas. Si semejantes pensamientos habían empezado a atormentarlo, ¿podrían ya cesar por completo? O bien los obreros que reparaban la techumbre cambiaban con él algunas palabras por una de las claraboyas o el electricista que comprobaba las conducciones de luz, en la galería más alta, le gritaba alguna palabra respetuosa, si bien poco comprensible.